Había una vez, en el fondo del mar, un pez cubierto de escamas brillantes que iluminaba donde iba. Se veía tan bonito que siempre estaba feliz.
Un día vino a verlo el pez Rojo Enamorado y le dijo: “Pez Brillo, ¿me das una escamita? Tú tienes muchas y muy bonitas”.
Y el Pez Brillo les respondió: “No, son mías”.
Por allí pasaron también el Caballito de Mar y el Besuguito Verde, y también a ellos el Pez Brillo les negó una escama.
La temida Morena le advirtió: “Si no das a tus compañeras algunas de las muchas escamas brillantes que tienes, pronto te quedarás sin amigos y amigas para jugar”.
Efectivamente, pronto se corrió la voz de que Pez Brillo no daba ni prestaba nada y todos los peces huían de su lado.
Se quedó triste y solo, y su belleza no pudo ser contemplada por nadie.
Comenzó a llorar amargamente porque no tenía ningún amigo para jugar.
Y se fue a visitar al señor Pulpo, el pez más sabio de todos los mares. El señor Pulpo vivía en una oscura cueva adonde acudían todos los peces que tenían problemas, para buscar una solución. Pez Brillo le comentó su problema, y el señor Pulpo le respondió: “Si repartes tus escamitas brillantes, pronto tendrás muchos amigos, porque escrito está que cuanto más se da, más se tiene”.
Pez brillo no entendió muy bien estas palabras, pero decidió ofrecer escamitas a todos los peces que encontrara en su camino.
Se cruzó con el pez Rojo Enamorado, el pez Morrito y también con Mariquita, y todos ellos obtuvieron una escama brillante.
Se pusieron muy contentos con el obsequio, pero el que más se alegró fue el Pez Brillo, porque ganó muchas amigas. La felicidad que le produjo recuperar a sus amigas lo hizo más hermoso aún.
Y es que, como diría el señor Pulpo, la amistad brilla más que todas las escamas del mundo.
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